Todo fue tan rápido que ni siquiera pude respirar, todo el mundo gritaba y me señalaba y acudían hacia mí.
Un hombre alto puso su mano en mi hombro y dijo las siguientes palabras: tranquila muchacha todo estará bien; y al voltearme me di cuenta que llevaba un mandil blanco. Uf! Era el doctor pensé. Y a la misma vez lo abrase humedeciendo su mandil con las lágrimas que desbordaban por mis ojos.
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